Alberto Fouillioux
El único piloto chileno en completar el Gran Premio de la America del Sur 1948.
(La Buenos Aires – Caracas; Lima – Santiago – Buenos Aires)
La cultura popular la conoce simplemente como una carrera mítica llamada “La Buenos Aires-Caracas”. Sin embargo, el Gran Premio de la América del Sur de 1948 fue mucho más que eso. Se dividió en dos partes, la primera contemplaba un total de 14 etapas y un recorrido de 9.576 kilómetros, desde la capital argentina hasta la capital venezolana, pasando por Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. La segunda parte, tuvo 5 etapas, poco menos de 5.000 kilómetros y abarcó desde Lima a Viña del Mar, de ahí a Santiago y luego de regreso hasta Buenos Aires.
El recorrido total del Gran Premio: la insólita distancia de 14.412,8 kilómetros. No por nada esta carrera ha sido calificada como la más larga de la historia, como una verdadera epopeya de aventuras, y sin dudas la prueba por rutas más famosa del deporte automovilístico americano. Tuvo de todo: velocidad, valentía, esfuerzo, accidentes, muertes, heridos, enfermedades, revoluciones, penurias, fatiga, nervios, alegría, tristeza, amistad, lucha y, por sobre todo, un espíritu deportivo y un temple pocas veces visto.
Se inscribieron 141 autos con pilotos de varias nacionalidades: argentinos, chilenos, peruanos, uruguayos, bolivianos y venezolanos. Esa noche del 20 de Octubre de 1948, se presentaron a largar en el punto de partida frente al Automóvil Club Argentino en la Capital Federal 138 coches. A la meta en Caracas, el 8 de Noviembre, arribaron sólo 43. En la largada de regreso en Lima, el 2 de Diciembre, se permitió “reenganchar” y partieron 79 autos. Lograron llegar a Santiago de Chile 52. Finalmente, la meta final en Buenos Aires la cruzarían apenas 26 bólidos, algunos de ellos en precarias condiciones mecánicas. Uno de esos 26 valientes fue el chileno Alberto Fouillioux Collet en su Ford N° 76, el único compatriota que logró completar la agotadora maratón automovilística en todo su recorrido, logrando finalmente clasificarse en el puesto N° 21.
Fouillioux se había iniciado en el automovilismo deportivo chileno apenas un año antes, debutando en el Circuito de Barrancas, obteniendo un 5° lugar. Meses después, se lució en la carrera de Arica a Santiago, logrando un espectacular 4° lugar en la prueba ganada por Lorenzo Varoli. Se embarcó así en la gran aventura del Gran Premio de la América del Sur junto a otros chilenos, algunos de los cuales ya eran conocidas figuras, con coches muy veloces, como Bartolomé Ortiz, el propio Varoli, o Emilio Karstulovic y Rodrigo Daly, (quienes vivían en Argentina). En cambio, el coupé Ford de Fouillioux no tenía una gran preparación para lograr altas velocidades, y era más bien un auto estándar con los refuerzos necesarios para una competencia de largo aliento. Tampoco contaba con un auto de auxilio y menos aún con un equipo de mecánicos. Era simplemente un llanero solitario enfrentando tamaña aventura. No obstante, sus buenas muñecas le darían a Fouillioux un excelente ritmo durante las duras jornadas, y su voluntad a toda prueba sumada a su espíritu solidario lo haría famoso y muy querido entre los competidores, ya que auxilió y socorrió a muchos de ellos.
Nuestro compatriota sufrió todo tipo de experiencias extremas durante la carrera, accidentes varios, la muerte de competidores, salvataje de pilotos heridos, múltiples fallas y problemas mecánicos, un volcamiento en tierras colombianas, lesiones, enfermedades, puna, hambre, frío bajo cero, otro accidente en el norte de Chile, etc.
Cuando el Gran Premio entró a territorio chileno, y luego de experimentar muchas peripecias, salió en el puesto 69° desde Arica, tuvo un vuelco poco después y se quemó una pierna, pero logró llegar en el lugar 53° a La Serena. El espíritu de lucha de Alberto Fouillioux estaba intacto, pese a que su organismo todavía mostraba huellas de la intoxicación que sufrió y tenía un brazo lesionado por el volcamiento. Quería llegar a Santiago en el grupo de avanzada, así es que aceleró su noble coupé Ford a todo lo que daba; adelantó nada menos que a treinta coches y se ganó todos los honores para el chileno mejor clasificado, ya que aventajó a todos los compatriotas, incluso a los cracks Karstulovic y Daly, y a Della Maggiora.
Su popularidad, y el cariño del pueblo hacia Fouillioux quedaron demostrados cuando fue el primer chileno en llegar a la meta en Santiago, siendo levantado en andas por los espectadores y vitoreado por el público, recibiendo en sus espaldas todas las simpatías nacionales. Los cerros de telegramas de saludos que recibía al término de cada etapa así también lo certificaban. La emoción cuando partió de Chile quedó plasmada en las frases que le gritaban al largar: “Fuerza Fuyú que eres el único chileno… tienes que llegar… ya queda lo menos… ánimo, eres el único que lleva nuestra bandera…no vayas a desteñir ahora.”
Qué mejor que recurrir a sus propias palabras para describir lo que fue realmente esta carrera legendaria, catalogada en su época como la más larga y difícil del mundo. Afortunadamente, para la historia, quedó una entrevista a Alberto Fouillioux luego de completar la hazaña, así es que revisemos algunos pasajes de la misma:
“¡Ah si el público pudiera darse cuenta exacta de lo que es una carrera como ésta! Después de haberla pasado, no hay percance de la vida que pueda afligir o intimidar a un piloto.”
“En la ruta de Lima a Tumbes me paré en el lugar del accidente de Fangio, pero ya no había nada que hacer ni ayuda que prestar (allí falleció su copiloto Daniel Urrutia). Más allá encontramos a Trincavelli herido; lo llevamos a un hospital. Después se me cayó el paquete de resortes. De Guayaquil a Quito tuve que remolcar dos veces a Joaquín Salas; no podía dejar botado allí a un compatriota y compañero del Santiago Morning. Pero desgraciadamente después tuve que dejarlo en un arenal que amenazaba con dejarnos a los dos enterrados.”
“Etapa durísima fue la de Villazón a Potosí; tierra suelta, desnivel peligroso, sin defensa hacia precipicios. Allí se mataron el piloto Elgueta y su acompañante; cayeron a más de mil metros de profundidad. En la meseta boliviana subimos a alturas de más de 3.000 metros, y en Abra de Toroya alcanzamos a 4 mil 600; las culatas se rajaban; los caminos estaban con escarcha y el frío era intenso. En el Páramo de los Mucuchies se ahogaban todos los coches y también los pilotos sentían la puna. Domingo Marimón fue uno de los que se sintieron muy mal (pese a lo cual fue el ganador de la primera parte de la carrera, hasta Caracas, luego de la descalificación de Óscar Gálvez quien fue remolcado antes de la meta). Yo tomé algunos preparados contra la puna que me había recomendado Salotto, el de El Gráfico, pero a La Paz llegué con nueve de presión”.
“Otra etapa brava fue la de Cúcuta a Valera, en Colombia, de cuestas empedradas. Allí subimos a la cumbre del Páramo del Almorzadero, a 3 mil 800 metros; se me abrió el estanque de bencina como se abre un pastel de hojas. En la etapa de Pasto a Cali me dio por correr fuerte y anduve más de 100 kilómetros metido con los “taitas”, con los Gálvez, Marimón y Marcilla. Pero se me quemaron los anillos del pistón. Me dio miedo quedar fuera de la carrera y frené los impulsos de correr a full. Son ganas que hay que retenerlas frecuentemente, porque a veces la ruta invita y le hace guiños al piloto.”
“Entre Cali y Bogotá encontré a Juan Gálvez con la caja de cambios rota; a esa altura era el chileno mejor clasificado; pero me detuve y perdí hora y media en desarmar la caja de cambios y dejarlo en carrera. Lo más grave para mi ocurrió cuando sufrí una intoxicación con unas pastillas tomadas para evitar el sueño. En Camana permanecí hospitalizado cuatro horas y media. El médico me indicó que no podía seguir en carrera, pero había una enfermera chilena que me atendía y me daba las noticias de la radio. Me anunció que Varoli y Ortiz habían fundido; en cuanto se descuidaron me tiré de la cama, me arranqué y seguí… No estaba en estado de manejar, y entregué el volante a Mateos, mi copiloto”.
“A la vuelta, desde Lima y hasta llegar a Chile, fue una de las etapas más pesadas, pues tenía un recorrido de 1.460 kms. Todos los pilotos llegamos desfallecidos de cansancio. En el caso nuestro, anduvimos casi 24 horas en automóvil; habíamos salido a las doce de la noche de Lima y llegamos a Arica a las doce de la noche siguiente. Estábamos sin almorzar y sin comer”.
“La última etapa (Mendoza-Buenos Aires) fue la que corrí con más ganas; sabía ya que mi carrera tenía una importancia (único chileno); además que en Santiago, con algunos arreglos al coche, estaba en condiciones de dar más velocidad. Corrí con un promedio de 115 KPH, y recuerdo que Suppici Sedes (el campeón uruguayo que falleció durante la carrera en el norte chileno) la vez que ganó esa misma etapa en otro Gran Premio lo hizo con un promedio de 112 KPH, que se estimó sensacional. Mi actuación pudo ser mejor, sin duda; pero carecía de buena atención mecánica, y esa fue la causa de que mi clasificación no hubiera sido mucho mejor. Basta recordar que perdí más de once horas por atraso en los parques cerrados. Por lo general llegaba en las etapas a cuatro o cinco horas del cierre; perdía dos en buscar los repuestos y lógicamente después me faltaba tiempo para hacer los arreglos.
Creo que los chilenos no podremos correr de igual a igual con los argentinos mientras no formemos equipo, mientras no haya colaboración colectiva, ayuda mutua, para el mejor colocado sea quien fuere. Eso existe entre los argentinos. No hay más que recordar el gesto de Domingo Marimón para con Juan Gálvez en la última etapa a Caracas, al ver que estaba desbarrancado. Marimón atravesó su coche en el camino y gritó: aquí no pasa nadie mientras no saquemos a Juancito del barranco.”
“En estas carreras largas la colaboración de equipo y la atención mecánica son indispensables para pretender la victoria. Las experiencias recogidas son muchas. La carrera ha servido para probar la solidez de los coches, la superioridad del Ford en los caminos malos, la solidez de los chasis. Creo que con esta vuelta a América del Sur se ha avanzado mecánicamente más que con cincuenta carreras”.
Concluye Fouillioux su entrevista diciendo: “Yo entiendo estas carreras como una competencia deportiva, pero también como una demostración de compañerismo: todos estamos expuestos a las mismas eventualidades y debemos ayudarnos mutuamente. Ha sido el espíritu que siempre me animó y me animará”.
Ese noble espíritu fue el mismo que hizo que el gran campeón argentino Óscar Gálvez “El Aguilucho” (ganador moral de la primera y vencedor de la segunda parte de la carrera, entre Lima y Buenos Aires) apodara a Fouillioux como “El Gaucho del Camino” por sus muchas “gauchadas” con los demás participantes. Por su parte, su hermano -Juan Gálvez- el vencedor absoluto del Gran Premio de la América del Sur, luego de ganar la etapa que concluyó en la capital chilena señaló a los radioescuchas sudamericanos que quería destacar su especial agradecimiento a Fouillioux y Salas, ya que “ellos olvidaron su clasificación y perdieron muchas horas por ayudarme. Les pedí que siguieran, pero no quisieron abandonarme hasta que no me vieron de nuevo caminando bien. Y advierto que a Fouillioux no se le aprecia aquí en lo que vale como volante. Si tuviera una máquina más veloz tendrían que verlo”.
Como si lo anterior no fuesen suficientes honores, luego de su arribo final en Buenos Aires entre los 26 sobrevivientes, Alberto Fouillioux fue premiado en la Casa Rosada como el único chileno que logró clasificar y concluir la durísima e histórica carrera. Allí fue distinguido y festejado personalmente por el Presidente Juan Domingo Perón y su esposa Evita. Digno premio para un chileno excepcional que dejó muy bien puesto el nombre de nuestro país en la magna justa automovilística de Latinoamérica. Esta histórica actuación del “Gaucho del Camino” quedaría para las generaciones venideras como un gran ejemplo de valentía, de temple, de entereza, de perseverancia, pero por sobre todo, del gran mérito deportivo de este recordado piloto nacional.