Carlos Orrego Renard: Gran Corredor de antaño
Por Rodrigo Velasco Santelices
Este destacado piloto, que fue pionero del automovilismo deportivo nacional, nació en Santiago en 1892. Debutó en las carreras de autos en 1917 y participó muy activamente en casi todas las competencias realizadas hasta el año 1935. Fue de los primeros entusiastas automovilistas que realizaron pruebas de velocidad en el Parque Cousiño antes de 1920.
Después compitió con gran éxito en los famosos “Kilómetro Lanzado” por los caminos de la periferia santiaguina, – Quinta Normal, Macul, Santa Rosa- conquistando varios récords de velocidad. En las primeras carreras por caminos rurales fue importante protagonista, iniciándose en ellas a los mandos de un Ford en la ruta a Melipilla y Valparaíso en 1917, en la que tuvo que desertar.
Al año siguiente corrió la prueba Santiago-Peñaflor, obteniendo un excelente segundo lugar en ese mismo auto. Es que Orrego se identificó con la marca Ford, ya que como empresario se destacó como uno de los primeros agentes en Chile de la Ford Motor Company. Su frase de propaganda “No sea peatón, compre un Ford a Orrego” se hizo famosa en todo el país y lo convirtió en un personaje muy popular. Su simpatía innata y el espíritu deportivo que lo guiaba contribuyeron también a que este as del volante se convirtiera en un deportista muy querido por los aficionados y la prensa especializada. Su campaña publicitaria fue exitosa y permitió que muchos chilenos adquirieran los automóviles Ford que comenzaron a poblar las calles y caminos del país.
Sin embargo, su avidez por competir lo llevó a utilizar no solamente coches Ford sino que también otros autos de carrera en su trayectoria de casi dos décadas en el automovilismo. En el año 1918 a bordo de un Dodge logró un 4° lugar en la competencia SantiagoMelipilla-Valparaíso-San Felipe-Santiago. Ese mismo año sufrió un grave accidente en una carrera a San José de Maipo, al volcar aparatosamente en el camino a Puente Alto. La prensa destacó el hecho señalando: “Al tomar un lomo de terreno el auto quedó en el aire debido a la velocidad con que marchaba, y al caer a tierra se desvió, volcándose completamente. El señor Orrego y su mecánico quedaron debajo de la máquina. La velocidad con que corría en ese momento era superior a 80 kilómetros”. El temerario piloto resultó con fracturas y lesiones de consideración que lo tuvieron postrado cuatro meses, mientras que su mecánico resultó ileso.
Pero no se amilanó y al año siguiente “mató el chuncho” obteniendo una bullada victoria
en el mismo camino cuando ya era parte del famoso Circuito Sur. Ese gran triunfo lo obtuvo Carlos Orrego piloteando un exclusivo auto marca King en la prueba para fuerza libre, sobre una distancia de 148 kilómetros (cuatro vueltas al circuito) estableciendo el “récord de velocidad en caminos para distancias superiores a 40 kilómetros”, a un promedio de 74 k/h, lo que para la época era algo impresionante. Los coches King tenían un poderoso motor de ocho cilindros y fueron fabricados en muy poca cantidad por el empresario Charles Brady King en Detroit, entre 1911 y 1923. El de Orrego llegó a Chile importado por la Casa Besa, y era sin duda una curiosidad mecánica. Además de consagrar campeón a Orrego, su gran triunfo deportivo fue explotado por los importadores para hacerle publicidad al auto y tratar de introducir la marca en nuestro país.
En 1921 Carlos Orrego bate el récord de velocidad entre Valparaíso, Cartagena, Melipilla y Santiago, con 4 horas 26 minutos, en el Gran Premio El Mercurio-Zig Zag, lo que fue muy destacado por los medios periodísticos. Ese fue el primer verdadero Gran Premio por carreteras efectuado en Chile, sobre una distancia total de 460 kilómetros de recorrido, abarcando Santiago, Los Andes, San Felipe, La Calera, Quillota, Limache, Valparaíso, Casablanca, Cartagena, Melipilla, Talagante, Maipú y Santiago. El vencedor general fue Antonio González y segundo remató Orrego, ambos piloteando coches Dodge.
Al año siguiente Orrego, ya convertido en el más popular volante, es proclamado Campeón Chileno del Kilómetro Lanzado, luego de ganar la categoría de fuerza libre y batir también el récord de velocidad en la serie hasta 3 litros de cilindrada, con un promedio de 111,4 k/h.
Como curiosidad, la marca la obtuvo en la recta de la actual calle Beauchef de la capital.
También en 1922 obtiene el triunfo en la carrera desde Santiago al Balneario Apoquindo, ganando la copa Vital Apoquindo. Sus victorias se sucederían con frecuencia, proclamándose campeón nacional de automovilismo de velocidad en 1923, pasando a usar el N° 1 en su auto. La revista especializada Los Sports dio cuenta de la noticia señalando: “Orrego es, sin duda alguna, el mejor volante chileno; por su reconocida pericia, por su sangre fría sin límites, bien ganado se tiene el título de Campeón, y la simpatía con que se le considera en todos los círculos deportivos del país”.
Como a Orrego le gustaban los autos veloces y exóticos, se compró un Bugatti en el que se había volcado Arturo Rodríguez en una carrera en el Circuito Sur. Aprovechó su liviana
carrocería y sofisticado chasis, y le colocó un motor Ford de carrera con culata Miller, y de esa simbiosis salió una máquina rara y veloz que fue bautizada como “Orrego Special” con la que Carlos se ganó durante varios años todos los Kilómetro Lanzado que quiso, estableciendo con ella récord tras récord hasta la década del 30. El coche lucía en su estilizado frontal un cromado diagonal con el nombre distintivo “Orrego Special”.
Afortunadamente, para la historia, su nieto Carlos Fernando Orrego Acuña conservó el material gráfico con los autos y peripecias deportivas de su abuelo, valiosos elementos que gentilmente nos ha facilitado para ilustrar esta crónica.
En 1931, Orrego Renard fue segundo tras Aladino Azzari y su Studebaker, en el Kilómetro
Lanzado del camino a San Bernardo, logrando una velocidad de 157,943 k/h. Pero a corto andar, en el mismo escenario, lograría batir el tiempo de Azzari de 160 k/h, estableciendo Orrego una nueva marca de 162,899 k/h, que fue récord de Chile de velocidad hasta 1935.
En los circuitos santiaguinos también logró Orrego importantes victorias en los comienzos de los años treinta, como en el de Apoquindo, de Peñaflor y en el Circuito Sur; escenarios en que los aficionados lo vieron triunfar más de una vez en los años 1933 y 1934.
La última carrera en que participaría este as del volante fue en aquella famosa de octubre de 1935, en el camino a San Bernardo, en la que Oscar Andrade quebró el récord sudamericano de velocidad al superar la barrera de los 200 k/h en el mítico Caliri Special: un “aero car” construido por el piloto italiano Antonio Caliri sobre la base de un Hudson al que le montaron un motor de 12 cilindros proveniente de un avión Curtis de la FACH.
Carlos Orrego, en su coche de carreras con motor Ford llegó segundo, superando su propio récord del año 1933 y estableciendo una excelente marca al promediar una velocidad de 174 k/h. Con este nuevo récord chileno de velocidad para automóviles convencionales, Orrego decidió retirarse del automovilismo para dedicarse a una actividad que comenzaba a apasionarle: el yachting. Con su yate “Santoy”, que mantenía en Papudo, fue también precursor de esa práctica deportiva náutica que en nuestro país estaba recién en sus inicios.
Este auténtico pionero de las carreras de autos, deportista ejemplar, eximio piloto y gran campeón nacional de antaño falleció en Copiapó en el año 1972.